miércoles, 6 de octubre de 2010

Tratado de Precariedad Nº1

Hola, me llamo Carla y soy PERIODISTA.
Bien podría haber dicho que soy sexadora de pollos o un unicornio. Hubiese dado lo mismo.
No soy la primera, ni, por desgracia, seré la última en quejarme por cómo están las cosas. Todo está mal; muy mal.

Hace un par de horas he llegado de apuntarme al paro. Descorazonador.
He llegado a las 07:15 de la mañana (la oficina abre a las 09:00) y ya tenía a algo más de veinte personas delante.
Una buena amiga me había recomendado tal madrugón; todavía estoy dando gracias a los astros por haberla hecho caso y, más aún, porque haya venido a acompañarme. Es lo que tiene la empatía y el tiempo libre del parado.

La sensación que se respira es de impaciencia; pero no como la que sobrevuela en cualquier cola; no. Esta es LA COLA.
Desde primerísima hora oyes todo tipo de peripecias. Desde el que llegó a las ocho el día anterior y ni pudo coger número, hasta quien demostraba su descontento con la sana promesa de prenderle fuego a la oficina de empleo; pasando, por supuesto, por la reyerta suscitada por un intento de cuele.
Cuatro personas repiten visita. A una se le olvidó un papel; a otra se le pasó el turno; otra, desesperada, se fue llorando... Cada eslabón una historia, y algunos, hasta dos.

Mujeres con niños pequeños. Mujeres con carritos de bebé; personas relativamente mayores, extranjeros y jóvenes.
Con estudios, con experiencia laboral, sin estudios, sin experiencia; con canas, rubios morenos, franceses, lationamericanos, españoles... y todos quejándose. Y todos, quejándonos.

El problema ya no es sólo no tener trabajo.
Por si fuera poco, el desempleo lleva consigo la destrucción del individuo. El hacerle sentir que no vale nada, que no sabe nada y que es un simple muñeco de trapo con el que las empresas, infantes caprichosos, pueden jugar a su antojo.
El funcionario de turno (más simpático de lo que esperaba... pero no demasiado) me comentaba que en septiembre nos hemos ido todos a la calle; nunca mejor dicho. En mi caso, A General Pardiñas esquina Espartinas.

Pero lo cierto es que a las PYMES tampoco les va bien. Si nosotros somos muñecos de trapo, ellas son la casa de Polly Pocket, ¿por qué? porque tras la imagen de estabilidad que puede dar una vivienda, en el fondo, también son juguetes.

La crisis está haciendo un daño tremendo, está destrozando vidas, familias... pero lo que realmente destroza a la gente es sentirse menospreciado.
Da igual lo que hayas hecho; lo que sepas, tu experiencia o tu preparación.
Nos vemos obligados a partirnos la cara por un curro basura por el que, encima, hay que dar gracias. Benditos mileuristas... quién los pillara.

Los jóvenes de ahora no nos vamos de casa. No nos casamos. Tenemos una profunda crisis de valores. Nos lo han dado todo hecho. Estamos pegados a las faldas de nuestros padres. Mis cojones.
No nos vamos de casa porque no tenemos opción a irnos, de la misma forma que no nos gastamos un dinero que no tenemos en una boda, no digamos en tener niños... es, a todas luces, impensable. Nos ha ido bien durante la época de bonanza económica; como a todos. La diferencia es que muchos de nosotros hemos podido acceder a un nivel más alto de estudios, a una cartulina que dice que eres Diplomado, Licenciado o Ingeniero. Títulos que sirven, exclusivamente, para cubrir las goteras de nuestros pisos ministeriales de 30 metros. Eso, el que tiene surte.

No nos becan, no nos contratan... no somos nadie y no servimos para nada.

Siempre hay niños con suerte; gente que tampoco importa pero con una referencia; con un nombre que colar estratégicamente en una entrevista de trabajo. Gente que lo tiene todo y tiene la Fortuna de que le llegue más. Me cago en su suerte.

Estamos en una época de crisis; somos entes tristes que vagan por el mundo con la única convicción de servir de abono. Nos han quitado el trabajo, nos están quitando el dinero y van a por nuestra existencia. Esto ya no es únicamente un problema laboral; es de precariedad vital.

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