jueves, 18 de octubre de 2018

Mis Manos

Mis manos son pequeñas. Bueno, más que pequeñas, son chatas, como nuestro planeta. Con cinco pares de dedos cortitos y cinco pares de uñas chiquititas (o eso dicen, sin excepción, las mujeres que alguna vez me han hecho la manicura). Para mi son normales, supongo que porque llevo viéndomelas 32 años, casi, casi 33.
Me gustan más cuando tengo las uñas pintadas. Creo que la elección del esmalte es una declaración de intenciones más potente, incluso, que la de un lápiz de labios; de la misma manera que elegir no pintarlas nunca puede ser, también, todo un manifiesto.

Las manos.
Mis dedos meñiques empiezan a parecerse a los de mi madre: ligeramente curvados y rotando hacia el exterior. Pienso que las suyas, sus manos, han empezado a virar voluntariamente para conseguir que ponga las palmas hacia arriba y empiece a recibir el fruto de lo que ha sembrado, que es mucho, y todo lo bueno que le llegue, merecido.

Siempre tengo las manos calientes, como mi padre, puede que porque de él haya heredado (entre muchas otras cosas) lo templado de su carácter.

Manos frías, corazón caliente.
"Pues ya sabes, manos calientes...". No me lo han dicho ni una, ni dos, ni diez veces. La gente, que es muy original. Y yo siempre respondo lo mismo: "No, mira, el refranero español es muy sabio, pero eso te lo acabas de sacar tú de la manga. Cuando el cuerpo se siente amenazado por el frío, bombea la sangre hacia lo importante, hacia los órganos vitales, como el corazón, dejando las extremidades a una temperatura inferior porque se impone el instinto de conservación. Manos frías, corazón caliente. Pero si tienes las manos calentitas... Es que tu corazón está de puta madre en tu pecho".

Las manos.
Mis manos son fundamentales en mi vida; de hecho, el tacto se está convirtiendo en el predilecto de mis sentidos.
Es tocar; pero es mucho más que tocar.
Es conocer.
Con las manos conocí por primera vez a mi hija, cuando ella estaba en una incubadora y yo sólo podía meter las manos para contener ese pequeño cuerpo que llegó al mundo demasiado pronto.
Es abrazar.
Porque, a veces, para rodear lo que más quieres en el mundo no necesitas más que las palmas.
Es transmitir.
Amor, odio, miedo, rabia, tristeza, alegría... Las manos tienden puentes o levantan muros.

Las manos me han servido para sacar lo mejor y lo peor de mi.
Escribo con las manos, con las manos hago cosquillitas a mi niña cada noche antes de que se duerma... precisamente para que se quede dormida; acaricio el pelo y la barba de mi chico con las manos, y con las manos impulso a mi hermana cuando está sentada y le presto mis manos, mis brazos, mis hombros y todo mi ser cuando está de pie.
Con las manos calmo nervios, enjugo lágrimas, recorro sonrisas y marco el tempo de mis enfados.

Mis manos son, a día de hoy, tres cuartas partes de mi mundo...
¿Y el resto?
Tierra y agua.