martes, 8 de noviembre de 2011
Todos los perros van al Cielo
Han pasado muchas cosas.
Hace mucho que no escribo por aquí y el mundo no se ha parado; adiós Bin Laden, adiós ETA, adiós Gadafi... Pero todo eso, como decía Rhett Butler: "francamente, querida, me importa un bledo".
No es que no sean cosas importantes, que lo son, es que, por suerte, no me tocan tan de cerca.
El sábado fue mi cumpleaños y un día más taciturno que triste.
Hace trece años y después de una auténtica campaña de acoso y derribo a mis padres, sobre todo a mi madre, llegó a casa la bolita blanca más bonita que he visto en mi vida.
Ya tenía nombre: Morgan, y vino en brazos de mi padrino y mi madrina consorte para celebrar ese 5 de noviembre.
Gracias Felipe y Pilar por hacerme más que un regalo.
Pilar siempre dicé que ella fue la "salvadora" de Morgan, y aunque es verdad, no es toda la verdad. No sólo salvaron a Morgan. Nos salvaron a todos.
Recuerdo las primeras noches en que dormía enfrente de mi habitación en el otro piso en que vivimos, la pena que me daba si lloraba y las horas que pasaba sentada en el suelo, acariciándole y diciéndole cosas para que no estuviese triste... todo, bajo la atenta mirada de mi madre que le mimaba y me mandaba a la cama a partes iguales cuando ya llevaba mucho rato con él.
Recuerdo esos ojos negros y brillantes, la mirada más tierna y cariñosa del universo.
Recuerdo el trasiego de periódicos en casa hasta que pudimos bajarle a la calle y lo paciente que fue Ceci todo ese tiempo.
Recuerdo llegar del cole deseando verle.
Recuerdo el primer paseo, buscando un sitio tranquilo y hablándole para que no se asustase demasiado.
Ahora que lo pienso, le he hablado muchísimo.
Recuerdo sus juguetes mordidos; los que sonaban y que acababan con nuestros nervios... y los que estratégicamente metía debajo de la mesa para que se los tirásemos de nuevo.
Recuerdo a mi abuelo jugando con él, como espero que estén haciendo ahora.
Recuerdo los paseos que se daban en Cercedilla hasta el parque de "Paquito Ochoa" y lo temerario que era ante perros 20 veces más grandes que él... 100% inconsciente, 100% valiente.
Recuerdo a mi tía encantada, siguiendo la estela de su padre. Llevándoselo a la Sierra y jugando con él siempre.
Pienso en mi abuela... a la que nunca le han gustado los perros y a quien Morgan robó el corazón.
Recuerdo que jamás rompió nada, a pesar de coger los calcetines y correr con ellos por toda la casa.
Recuerdo que se subía al sofá en cuanto tenía ocasión.
Me acuerdo de un día que llegué a casa por la noche; no había nadie y mis padres debieron dejar el mando de la tele en el sillón. Entré en el salón y vi a Morgan mirando la pantalla con el mando entre las patas.
Me viene a la memoria una vez que mis padres iban de viaje a Málaga, pararon a tomar un bocadillo de camino y él pisó el botón de los "warning" mientras les miraba a través de la luna delantera; la gente que estaba sentada al lado pensó que era muy listo porque daba los intermitentes para saludar...
Sí, fue casualidad; pero era listo, listísimo, el Punset de los perros diría yo. Y guapo. Y tierno. Y cabezota. Y bueno.
Cuánto le he querido...; cuánto le vamos a echar de menos.
Recuerdo muchísimas cosas.
Recuerdo estar triste, llorando en casa no sé por qué cosa... y que Morgan se sentase a mi lado y me diese besitos.
Recuerdo paseos, amigos jugando con él, amistades y amores caminando al son de esas cuatro patas; recuerdo gente parándonos por la calle para decirnos lo guapo que era... y nosotros encantados, convencidos y orgullosos.
También recuerdo las malas noticias que se fueron sucediendo a medida que pasaba el tiempo: artrosis, leishmaniosis, diabetes, ceguera... Visitas repetitivas al veterinario, sobre todo a Silvia, encantadora y cercana, y pruebas interminables en Velázquez.
Y estaba viejito, y se quedó ciego... pero seguía siendo un dandy.
Después llegaron las crisis, posible problema neurológico y después un bulto. Con todo ello, llegó la decisión de hacerle las pruebas necesarias pero sin putear.
¿Que está enfermo? Se hace todo lo que se pueda... pero sin que lo pase mal.
Si la prueba arriesga más su vida que la enfermedad, no es una buena idea. Sobre todo cuando, en el mejor de los casos, detectando lo que hubiese que detectar, no se iba a poder hacer nada.
También llegó el miedo. La comprobación permanente de si respiraba cada vez que estaba dormido... algo que no le he contado a nadie pero que estoy segura de que en casa lo hacíamos todos.
Es indudable que a este respecto, tengo que agradecer a mis padres y a mi hermana todo lo que han hecho por mi y por Morgan. Por los paseos, la preocupación, la medicación, el apoyo...
Ha sido el perro más mimado, más cuidado y mejor tratado que ha habido. El más afortunado.
También tengo que mencionar a Ceci, Andrea y Ana, por su cariño y sus cuidados cuando nosotros no estábamos en casa. Ellas son muy buenas personas... pero es que el gordito encandilaba a cualquiera.
Y a mis amigos, que han llorado conmigo y lo han sentido de verdad, en el corazón. Lo sé. Gracias.
El caso es que la noche del 4 de noviembre no me podía dormir. Seguramente no tenga nada que ver; seguramente fue casualidad, pero me levanté de la cama y estuve como dos horas sentada en el sofá, inquieta y cansada.
Por la mañana, a las 09:50 me llamó mi padre.
Las llamadas a primera hora los fines de semana nunca son buenas.
A Morgan le habían dado varias crisis la noche anterior y por la mañana había sufrido otra... y no hacía ni una semana de la última.
Fue llegar a casa de mis padres, y terminar de partírseme el corazón.
Vueltas y más vueltas, fragilidad... se quedó dormido en mis brazos, sin moverse, sin querer bajarse de mi abrazo, de mis besos. Y me seguía pareciendo el perro más bonito del mundo.
Y poco después dimos el paseo más triste de la historia. El último.
Él acunado en mí y yo en mi padre y en David.
Hay veces que, cuando las cosas no pueden ser, no pueden ser. Si después de luchar, sigues sacando fuerzas y lo intentas de nuevo y aún así, no hay solución... Es el momento. Pero que fuese lo mejor para Morgan no quiere decir que no sea dolorosísimo.
El proceso me lo ahorro, lo recuerdo a fotogramas y con los ojos inundados. Los de todos.
Sólo hay una frase que sé que no se me va a olvidar en la vida: "Ya no se oye nada".
Decía Delibes que hay dos formas de morirse: la clínica, y la artística, que es como uno se muere de verdad.
Yo creo sincerante que Morgan se fue con la sensación de haber cerrado su círculo. Creo que esperó hasta mi cumpleaños para irse acompañándome... Se murió de fidelidad; no la noche de antes ni el día de después, sino el mismo día que asomó su trufa en nuestras vidas.
Sí, el 5 de noviembre, Morgan se fue al cielo perruno.
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Jo, guapa, lo siento muchísimo y me has hecho llorar... es que con estas cosas no puedo, y yo también tengo a mi pequeño terrorista en casa (ya sabes mis historias) y sólo pensar en cuando llegue el momento... jo, es que se me saltan las lágrimas.
ResponderEliminarUn besazo enorme y te acompaño en el sentimiento, de verdad de la buena. Y nosotras que tenemos perro sabemos que son incluso mejores que para el cielo que imaginamos.
Sandra Caro.
Hola Sandra,
ResponderEliminarmuchas gracias, de verdad. Las dos nos sabemos las historias caninas de la otra perfectamente, así que imagino la angustia que puede generar. Eso sí, lo último que quiero es que los demás dueños de perros se pongan tristes... ¡disfrutad vosotros que podéis!
Y un consejo: haceos muchas fotos con ellos.
Un besazo guapa.