Había una vez un niño que vivía cerca de la playa.
Estaba acostumbrado a pasar mucho tiempo solo y a tener más responsabilidades de las que, a su edad, debía asumir.
Sus padres pensaban que eso haría de él un hombre de bien; que a medida que fuese creciendo se iría convirtiendo en una suerte de superhombre, independiente y arrollador que sería capaz de superar cada obstáculo sin ayuda de nadie.
El niño se fue haciendo mayor; cada tarde acudía a la playa cuando el sol se ocultaba en el horizonte, pero nunca se bañaba.
Tuvo bastantes problemas; problemas que sus padres, lejos de solucionar, fomentaban. El niño era bueno; sus padres también, solo que no sabían tratarle.
Fue adquiriendo una serie de complejos que con el tiempo logró dejar a un lado, pero otras experiencias se le quedaron tatuadas en la mente y en el corazón.
Ya es un hombre, pero a pesar de tener más libertad, sigue sin bañarse.
Un día un anciano le preguntó por qué iba allí todos los atardeceres y nunca se acercaba al agua.
- Por miedo a que me guste. Dijo él.
El viejo se sorprendió y quiso saber qué sería tan terrible si, al probarlo, le gustase la experiencia.
- No sé nadar. Nadie puede enseñarme, tengo que aprender solo y, si mientras lo intento, me pasa algo... ¿quién se iba a ocupar de mi familia?
Los dos se entristecieron y miraron al horizonte. Demasiado peso para unos hombros tan pequeños.
jueves, 21 de julio de 2011
sábado, 9 de julio de 2011
Frivolidad en bragas
Mientras escribo esto llevo unos vaqueros azules y una camisa de flores sin mangas con encaje en el escote.
Ah, en los pies llevo unas sandalias rojas.
Mi ropa interior es fucsia y, evidentemente, como es julio y ya he comentado que llevo sandalias, no luzco calcetines.
¿Es relevante esta información?
Si fuese diseñadora, lo sería.
Si me dedicase al mundo de la moda; sería lógico que a la gente le pudiese interesar con qué ropa me visto.
Si fuese modelo, y siendo España una tierra de critiqueo, sería normal que mi imagen en bikini ocupase portadas y que mi cuerpo, por ser mi herramienta de trabajo, estuviese en boca de quien me viese en las instantáneas.
Pero, señoras y señores, si el pan no me lo gano con mi cuerpo, no acepto que una publicación especule con cómo me queda el traje de baño o si mi dieta es o no saludable.
Me da igual de qué color sean las carnes que se paseen por la playa; tanto da que sean de "la Pajín" o de "la Cospedal"; no me importa en absoluto cómo les siente el bañador porque no ocupan los puestos que ocupan por sus medidas, sus piernas o sus pechos.
El artículo que publicó La Otra Crónica de El Mundo es una falta de respeto y de educación.
Se me ocurren mil ideas para reportajes que unan la figura (bien entendida) de la Ministra con hábitos saludables; con políticas sanitarias, o con temas que realmente preocupen a los ciudadanos.
Si la necesidad de que un miembro del Gobierno se ponga a dieta o no ocupa las páginas de las revistas... es que el país no tiene problemas más serios ¿no?
Ah, no... que sigue habiendo millones de parados, que hay familias que viven verdaderos dramas, que tenemos políticos corruptos, alcaldías que dan que hablar, inundaciones en la India, problemas en China, desastres radiactivos en Japón...
Pero aquí, en la España de chirigota y pandereta nos dedicamos a fotografiar a políticas en paños menores (curioso también que nunca se haya hecho esto con un hombre) y a juzgar si le viene mejor la Dukan o la de la alcachofa.
Sólo me interesa que pillen a una ministra "en bragas" cuando sea una metáfora laboral, no una crítica carnal.
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